En “Happy hour”, uno de los capítulos de la genial serie norteamericana “The Office”, Pam, la dulce recepcionista, tiene la ocurrencia de presentarle una amiga a Michael, su jefe (ese personaje desesperante y adorable, tan bien interpretado por Steve Carell). El plan es encontrarse en un bar para jugar al pool en parejas: Pam y Jim -que ya están juntos a esa altura- contra Michael y Julie, la candidata en cuestión. Todo marcha sobre ruedas: Michael está relajado y responde a las preguntas de su partener con ingenio y simpatía. Sus remates hacen reír a Julie, que está visiblemente complacida con cómo van resultando las cosas. Y sí, la salida es un éxito: fluye con mucha naturalidad. Jim mira a Pam con gestos de aprobación como diciendo “Hay match”. El detalle es que Michael ignora que han querido “emparejarlo”. Piensa que fue una casualidad cuando al llegar al bar le ofrecieron sumarse porque les faltaba un jugador. Pero entonces Jim comete el error de decirle, en un aparte, que el encuentro ha sido idea de Pam, al intuir que serían compatibles con Julie. Sorprendido y halagado, Michael no termina de escuchar estas palabras que se transforma por completo.

Va a su auto, se saca la corbata, se abre la camisa, se pone un sombrero ridículo. Mira a la cámara y dice “Michael Scott está en una cita y eso lo cambia todo”. Y vuelve a entrar al bar con una actitud canchera, hecho un bobo, y se presenta ante sus amigos como el “Date Mike” (traducido como el “Mike galán”, aunque sería más bien el “Mike de cita”). Y agrega “Gusto en conocerme, ¿cómo te gustan los huevos por la mañana?”. De ahí en más, todo se derrumba: empieza a decir y a hacer disparates que lo hacen ver como un estúpido o un maleducado, y hasta provoca que el guardia de seguridad se acerque a llamarle la atención.

Julie, incómoda y desconcertada, acaba por irse del lugar. De más está decir que Michael con su egocentrismo no registra que él mismo se ha cavado la fosa.

¿Cuál es la moraleja? “El esfuerzo te afea”, como dice la canción de la Bersuit. Mientras Michael no especulaba con lograr algo, surgía lo mejor de él: su sentido del humor, su espontaneidad. Pero ni bien se propuso gustarle a Julie, perdió todo atractivo… y perdió a la chica.

Lo mismo ocurre con la llamada “suerte del principiante”, que postula que un novato no tiene miedo ya que no sabe qué cosas pueden perjudicarlo. Se habla de esto en los deportes, los juegos de cartas o las apuestas, por ejemplo. Como si la ausencia de prevenciones volviera a las personas más idóneas para salir ganando: la mente está limpia, desprejuiciada. En cambio, cuando hay experiencias previas, aparecen los condicionamientos y con ellos el temor al fracaso, los obstáculos de todo tipo. Y la suerte mira para otro lado.

De ahí que no sea recomendable encarar una salida buscando un novio, una esposa y ni qué hablar del “futuro padre (o madre) de mis hijos”. Pero ojo: el problema no pasa por la fobia al compromiso. Vale lo mismo para el que busca sólo sexo. La “idea fija” lo volverá torpe, ineficaz. Un loser.

Además, qué lindo es dejarse sorprender por lo que no esperábamos, lo desconocido, lo nuevo, lo que nos toma desprevenidos. Suelen ser las mejores historias.